Creo recordar que eramos decimocuartos cuando llegó Jiménez al SFC; que a
Jiménez lo echaron porque un partido de Champions, hasta donde llegamos
con él, se resolvió por penaltis después de dos partidos raros contra
un Fenerbahçe que se encontró con un Palop turco en Sevilla que nos dió a
noche, y el entendidísimo sevillismo de la grada no se lo perdonó y se
lo recordaba partido a partido.
Llegó Antonio Álvarez a quien le estaban esperando un par de malos ratos
para echarle, y en el avión de vuelta de ante el Hércules le dijeron
que hasta allí llegó su papel como entrenador del SFC.
Y vino Manzano, y toda la sapiencia que se le esperaba, aún se la siguen
esperando en otros lados de los que también fue destituido tras su paso
por Nervión.
Y llegó Marcelino, el esperado, el deseado, el mago de tantas cosas que
aún no hemos visto. Lo de Europa este año fue un visto y no visto que el
Ramón Sánchez Pizjuán no se lo merecía.
En la Copa se esperaba más, pero es que este equipo parece no estar para
más ni con nuevos jugadores ni con inventos de aquellos que hacía Juan
De Ramos a quien sí le salían bien los cambios extraños.
Eso de jugar hoy con tres defensas si le hubiese salido bien,
perfecto. Sin embargo no era esperable que saliera bien. Y no salió
bien. Y el SFC ha visto hoy como lleva 2 de los 21 últimos puntos
jugados. Inconcebible, para mí y supongo que para quienes deben tomar
una decisión, y hacerlo ya.
Porque a otros como los mencionados antes no se le perdonó tanto,
tantísimo. Y el equipo descompuesto física y anímicamente. Y la afición
que comienza a apostarse en las gradas apuntando hacia el palco. Ya no
hay banquillo al que mirar, porque deseo que Marcelino tire de dignidad y
ponga el cargo a disposición del Consejo: porque no sabe, porque no
puede, porque no le dejan, o por lo que sea, pero que tenga la dignidad,
el sentido de la responsabilidad de dejar que otro intente lo que él ya
ha demostrado, queriendo o sin querer, no ser capaz de hacerlo.
Toca reaccionar. Y
reaccionar se llama ganar, ganar y volver a ganar. Algo que comienza
costar a recordar cuando fue la última que ocurrió.
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