Vuelven los nuestros a dejarnos con dos palmos de narices a las primeras de cambio. Después de rematar a un Mallorca indomable la jornada pasada a base de buen juego, ocasiones y coraje, nos plantamos en La Romareda para volver a demostrar que no está el horno para bollos. No está la cosa para florituras. No llegamos a más de lo que estamos y mucho me temo que ni el bueno de Míchel ni el sucesor que le preceda, que lo habrá a buen seguro antes del fin de temporada, tiene el poder de enderezar esta nave.
No nos conformamos con cantarla en defensa sino que también lo hacemos delante. Se puede decir que en tres regalos le dimos el partido en bandeja al Zaragoza. Fue Negredo el primero en regalar lo impensable, tratándose del vallecano, cuando marra la ocasión en bandeja que le ofrece Movilla para dejarlo solo ante el portero. Es a raíz de ahí cuando pienso que se desdibuja el Sevilla y todo lo bien plantado que parecía estar se vuelven errores, fallos en los pases, jugadas deslabazadas y un sinfín de fallos que propician el golazo de Hélder primero y el error en la marca en el segundo.
No puedo contar mucho más del partido porque se dio una circunstancia en mi persona que no recuerdo haber tenido otras veces. Me marché. Al final de la primera parte era tal mi desilusión con lo que yo creía enderezado el finde anterior que me fui de donde lo estaba viendo, como convencido de la inaptitup de nuestro Sevilla para dar la vuelta al resultado.
Por lo tanto no puedo ni debo opinar sobre lo acontecido en la segunda mitad pero sea como sea, quizás tuviésemos lo que nos merecíamos.
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